octubre 22, 2017

desobediencias. La espiral de la resistencia


El Encuentro Nacional de Mujeres sigue afirmándose como herramienta política de un movimiento que ya no teme llamarse feminista y que cada vez habilita diálogos entre identidades y experiencias más diversas. Adolescentes y adultas mayores, jóvenes, indígenas, lesbianas, travestis, gordas, bisexuales, trabajadoras, desocupadas, amas de casa; las que son madres y las que no quieren serlo; aborteras, profesionales, trabajadoras sexuales, sobrevivientes a la violencia machista, estudiantes; tantas que es imposible la enumeración aunque vale la pena ensayar alguna para dar cuenta de la circulación y los cruces que son posibles en esos tres días en que se habita y se debate con reglas propias, con el valor puesto en que todas las voces sean escuchadas y con ánimo de conjurar al dolor a pura fiesta de estar juntas. Reflexiones y postales de un espacio de tiempo cíclico y utópico que el años que viene se repetirá en la provincia de Chubut.



Cada vez que termina un Encuentro empieza otro, andamos caminando en espiral, en esa curva circular en la que nos sentimos protegidas en asambleas y talleres, en ese volver a pasar que impone el calendario por la misma fecha, pero nunca iguales, nunca es el mismo círculo, siempre acumulamos experiencias, ideas, abrazos, imaginarios, formas de entender el mundo que son nuevos, que nos vuelven otras, que nos llevarán más allá del último paso por el fin de semana largo de octubre que desde hace treinta y dos años es la cita para encontrarnos. De tanto insistir, forzamos el lenguaje: nos convertimos en “encuentreras” y así nos reconocemos, antes y después de andar cientos o miles de kilómetros, en las terminales de colectivos, en los aeropuertos, en las paradas obligadas en las rutas. Porque andamos con nuestros pañuelos verdes que reclaman el aborto legal, porque en las remeras o en las mochilas decimos Ni Una Menos, igual que en la calle cuando marchamos, porque la palabra lesbiana es un guiño deseante, y seas o no seas lesbiana, a la heterosexualidad normativa, esa que impone a cada mujer un hombre para atenderlo y servirlo por siempre jamás, ahí ya no volvemos. Porque nos dolemos por las travestis que nos faltan y porque ya no permitimos que haya ni la más mínima duda de que el nombre del Encuentro Nacional de Mujeres es insuficiente porque no las nombra como tampoco nombra a las lesbianas. 

Venimos multiplicándonos, sobre el dolor por las que nos faltan, frente al ninguneo de las identidades disidentes al modo que se supone correcto de ser, junto a las indígenas que este año tuvieron una presencia conmovedora, contra las fronteras nacionales que nos imponen y no reconocemos porque qué diferencia hay entre una compañera boliviana y otra jujeña si las dos tienen en el horizonte los mismos cerros; cada vez somos más. Y esto es así aunque hayamos sido muchas menos las que pudimos llegar a Resistencia que las que nos encontramos en Rosario en 2016. No hay razones para negarlo, las distancias y la precarización de nuestras vidas que viene asfixiándonos en los últimos dos años se hacen sentir, pero por cada una que llegó hasta esa geografía que se hace selva en cuanto besa la orilla del río Paraná, hubo otras que en el territorio de origen debatieron con ella, que gozarán de lo aprendido y lo descubierto a la vuelta, que buscan por las redes -y en este diario- las crónicas de los muchos cruces que se dan en el Encuentro. 

Es un hecho político, el ENM es un hecho político. Y repetirlo, también es político. Como lo fue la elección de la sede del año próximo. Fue una apuesta que se defendió, sobre todo, desde los espacios independientes que se dejaron interpelar por la voz de una mapuche que con la emoción desbordada habló de la defensa del agua y de la tierra, de su pueblo atacado por el extractivismo y la represión, de las niñas y los niños que son entregados al turismo sexual en Puerto Madryn o Puerto Pirámides, lugares de amarre de los grandes buques que van hacia la Antártida. En Chubut, además, es donde se juzgó y condenó a una médica por haber ofrecido a una joven la chance de hacerse un aborto legal, tal como le correspondía. Y dijo Chubut, también, por Santiago Maldonado, por ese hombre cuya falta no nos dio respiro en los últimos meses. Lo que enunció fue un tejido que había empezado a enhebrarse en septiembre, cuando la Asamblea Feminista Ni Una Menos se situó en El Bolsón, a un paso de Chubut, para dar cuenta de las relaciones entre ese colonialismo actual que demoniza a los pueblos originarios como usurpadores para poder seguir apropiándose de sus tierras, que sigue reduciendo como al principio del siglo XX a las mujeres indígenas a la servidubre, porque se las supone siempre ignorantes a la vez que se reprimen sus saberes y creencias ancestrales. 

¡Chubut, Chubut! Fue el grito que se escuchó desde los lugares más lejanos del Estadio Sarmiento, en Resistencia. Así se reponía lo que había faltado al inicio, esa pregunta que hoy, miércoles, mientras este texto se escribe todavía no tiene respuesta: ¿Dónde está Santiago Maldonado?

Pero la espiral tiene su costado macabro, otra vez, como en los dos años anteriores, la aparición de un cadáver nos expropió de ese cansancio dulce que deja el Encuentro, de esa sensación de haber tensado el cuerpo más allá de lo que creíamos que era posible. En 2015, fue el cuerpo de la dirigente travesti Diana Sacayán, brutalmente asesinada. En 2016, Lucía Pérez nos sacó a la calle a decretar un paro de mujeres que no se detuvo ni frente a la peor sudestada de que se tenga memoria. Y ahora, este cuerpo sin nombre todavía, esta incertidumbre que paraliza y el terror que se agita a merced de la impunidad de las fuerzas represivas que el miércoles pasado sitiaron a la ciudad de Buenos Aires. 

Volvimos, y la palabra Chubut resonó en los oídos con otra música, una que nos tiene todavía lagrimeando aunque hoy sea miércoles y esto se lea un viernes. El Río Chubut era el escenario de la imagen más temida. En imposible saltearse esta concordancia entre el escenario que buscamos para el próximo Encuentro y en el que campea la muerte. No se puede decir que está armado. Sí se puede nombrar que el feminismo quiere estar en los lugares de conflicto haciendo política a su manera, una política donde todos los cuerpos cuentan.

El desafío es salir de la parálisis, es seguir construyendo puentes de diálogo entre las comunidades ancestrales, los entramados barriales, estudiantiles, populares, académicos. Es por seguir hablando todas las diversas lenguas que se ponen en circulación en los Encuentros pero también para que consolidemos un discurso en el que podamos enunciar, porque lo tejemos cuerpo a cuerpo, que ahí entramos todas. Nombrar y que sea un acuerdo lo que se nombra es poder. Y ahí en el ENM todos nuestros nombres, nuestros cuerpos, nuestras experiencias y saberes pueden ser nombrados. Aunque salgamos en casi ningún diario, aunque los nombres que se nos quieran imponer sean esos que nos borran: violentas, vandálicas, sucias, chupapijas. Así era como nos nombraban las 200 personas que se quedaron con las ganas de que se reprima a la inmensa manifestación y salieron a tirar piedras y a acorralar a las que todavía esperaban en la plaza central de Resistencia la hora de la vuelta a sus casas. 

Otros nombres que intentan homologarnos a todas los reivindicamos: putas, aborteras, negras, lesbianas. Nos reconocemos en la abyección porque despreciamos las normas patriarcales que quieren poner en caja nuestros deseos, nuestros devenires, nuestras fugas.

Los cruces que se profundizaron en Resistencia -y el nombre de esta ciudad es también una manera de nombrarnos- serán huella por la que caminaremos todo este año, señalarán el itinerario que ya se empieza a andar hacia la Patagonia. Aunque falte tanto para que habitemos juntas ese territorio, la Patagonia ya nos habita y las interpelaciones que son grito desgarrado ahora mismo seguirán con nosotras, en cada debate, en cada movilización, en cada duelo y en cada resistencia. Ó

Fuente: Página/12

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in